Todo sobre Jerez

Todos los años me pasa lo mismo. Me da el mono de escribir algo sobre el alumbrado navideño. Desde hace unos cuantos años, mis artículos siempre se han referido a esos motivos que nada tienen que ver con la Navidad. Pétalos de flores, campanas bajo la nieve o coníferas espigadas rodeada de estrellas.

Se trata de las Navidades políticamente correctas. Esas que se han instaurado en las ciudades con el fin de no herir a nadie ni a su credo o a sus más profundas costumbres. Pero si atrapáramos el sentido común, se quiera o no, España desde la conversión de Recadero, ha sido cristiana por los cuatro costados. Así pasan los años y todavía sigo sin entender qué puñetas hacen los renos volando y el papel de celofán envolviendo regalos.

Esta soplapollez se le ocurrió en su día a los socialistas que valiéndose del credo de los muchos inmigrantes que tenemos en nuestro país, lo que en fondo buscaban era borrar todo pasado que esté relacionado con el cristianismo. Porque el ideal socialista marca en negrita el odio a todo lo que huela a Iglesia o cristianismo. Lo llevan en el ADN por pura envidia. Porque quisieran perdurar en el tiempo los dos mil años que la Iglesia viene estando presente en la Historia.

Pero si resulta sorprendente y preocupante este idealismo nihilista y antisacro, no menos lo es el de la derecha. Acomplejada, sólo busca hacer lo que la izquierda promulga. Porque si la izquierda tiene una intrínseca envidia de la Iglesia, la derecha la tiene de la izquierda. Si los sociatas quisieran ser como el Papa Francisco, los de la derecha española desean ser Pablo Iglesias –me refiero al fundador del socialismo español-.

Y como consecuencia de toda esta demencial campaña de ideales de tres al cuarto, unas ciudades decoradas de una forma tan hortera que sólo podrían llamarnos a la risa. Un enfoscado iluminado por miles de bombillas que solo pretende vendernos una Navidad sensiblera que en nada tiene que ver con lo que nuestra civilización siempre ha celebrado por estas fechas. Es como si a la Feria del Caballo le prohibieran el consumo de vino fino y el paseo de caballos por ser perjudicial para la salud lo primero y una manera de no fomentar el maltrato animal lo segundo. O como si el día de la Constitución quedara en una efeméride donde se promueve visionar las películas de John Ford –que es lo que todos hacemos ese día cuando llegan las cuatro de la tarde- y no la lectura de nuestra Carta Magna.

Manuel Sotelino